martes, 4 de julio de 2017

Carne de yacaré, tan saludable como sustentable


Carne de yacaré en escabeche 
Foto: CONICET Fotografía / Verónica Tello.

Una investigadora del CONICET estudia cómo explotar y mejorar este recurso en el marco de programas de conservación de la especie.

El yacaré overo (Caiman latirostris) es una especie de cocodriliano silvestre protegida que habita en ríos, riachuelos, pantanos y esteros de las regiones subtropicales de Sudamérica, en Bolivia, Paraguay, Brasil, Uruguay y Argentina.

Muy preciado por su piel y por ese motivo fue cazado hasta llevarlo casi a la extinción.

Sin embargo, la Argentina es pionera en su conservación, desde hace más de 25 años, existe ‘Proyecto Yacaré’, una iniciativa que promueve la conservación a largo plazo de la especie en su hábitat natural, evita caza furtiva y genera trabajo para las poblaciones locales.

Melina Simoncini, es investigadora asistente del CONICET en el Centro de Investigaciones Científicas y Transferencia de Tecnología a la Producción (CICyTTP, CONICET- Provincia de Entre Ríos-UADER) junto a otros científicos del CONICET están abocados a conocer y mejorar las características físico-químicas de la carne de este reptil como producto alimenticio alternativo.

“Mi interés por el estudio del yacaré overo surgió en 2002, cuando en el marco del Proyecto Yacaré realicé mi tesina poniendo a prueba un alimento balanceado seco formulado para estos reptiles. Luego estudié cómo las variables climáticas afectaban la reproducción de las hembras y la determinación sexual de la crías en la naturaleza.

Actualmente, junto al Carlos Piña, investigador independiente del CONICET en el CICyTTP y otros científicos evaluamos las características de las carnes de los yacarés y las posibilidades de mejorarlas o enriquecerlas.

Es increíble todo lo que se puede aprender de estos viejos habitantes de la Tierra, e incluso a través del manejo qué se puede hacer para que persistan”, explica la investigadora.

¿Dónde se produce la carne de yacaré?

La carne de yacaré overo se produce en Santa Fe, Corrientes y Formosa, y se comercializa en el marco de programas de conservación y uso sustentable que el veterinario santafesino Alejandro Larriera y colaboradores iniciaron en los ’90.

Tal es el caso del “Proyecto Yacaré” (Yacarés Santafesinos), que comprende la técnica de rancheo (colecta de huevos en la naturaleza) e involucra a los pobladores locales quienes obtienen un beneficio económico que actúa como incentivo para que protejan las áreas de nidificación y los yacarés en particular, y el ecosistema en general.

Luego del rancheo, ¿cómo continúa el trabajo?

Los huevos se trasladan al laboratorio donde se los incuba bajo condiciones controladas, y cuando eclosionan, las crías se mantienen en cautiverio alrededor de un año.

De estos animales, un porcentaje retorna a la naturaleza mientras que otro se destina a la producción sustentable. Esta técnica, también utilizada en Estados Unidos y Australia, se fundamenta en la alta mortalidad durante la incubación y el primer año de vida de las crías.

En este sistema, el beneficio conservacionista radica en liberar más animales de los que hubieran sobrevivido naturalmente, permitiendo destinar a la producción (carne y cuero) a aquellos animales que se hubieran perdido en su entorno natural y, además, en generar un incentivo económico para los habitantes locales.

¿Por qué debería recomendarse el consumo de carne de yacaré?

En la carne de yacaré la relación entre los ácidos grasos poliinsaturados y saturados supera a las carnes de vaca, pollo y trucha arco iris, y triplica el balance mínimo requerido para un alimento saludable, sugerido por el Departamento de Salud del Reino Unido.

No solo consumiríamos un alimento saludable de origen regional sino también apoyaríamos, de manera indirecta, un programa de uso sustentable y conservación de una especie autóctona.

La recomendación sería que se la incluyera en la dieta de los argentinos, quizás comenzando a consumirla una vez por semana y, de acuerdo a la aceptación, incrementando su frecuencia, sobre todo al saber que su consumo beneficiaría a la salud.

Aunque se debe tener la precaución de consumir solo las carnes provenientes de programas de uso sustentable registrados y procesadas en frigoríficos habilitados.

¿En qué radica el valor de la carne?

En que los Omega 3 son importantes en la prevención de enfermedades cardiovasculares, reducen la probabilidad de sufrir arterioesclerosis, artritis, cáncer colorrectal, diabetes, obesidad e inclusive enfermedades cognitivas como la depresión.

Con esta carne enriquecida se estaría incorporando una nueva opción de alimento saludable para el mercado y los consumidores.

A futuro, evaluaremos métodos eficaces para la preservación de los ácidos grasos incorporados a la carne, así como para añadir otros beneficios.

¿Cómo se puede enriquecer esta carne?

En primer lugar, con los investigadores iniciamos los trabajos estudiando la calidad de la dieta que se administra a los animales en cautiverio para luego evaluar la carne de yacaré producida en Santa Fe, una carne de sabor delicado, la que se puede caracterizar como: luminosa, de color rosa pálido y de una terneza similar a la de la carne de pollo; de sabor suave, con un alto porcentaje de humedad y una baja pérdida de peso en la cocción; alto porcentaje de proteína (alrededor del 20 por ciento) y un muy bajo contenido de grasas (menor al 1 por ciento); es una fuente de ácidos grasos insaturados o saludables como los ácidos oleico, linoleico y linolénico.

En segundo término, modificamos la dieta de los yacarés en cautiverio logrando reducir en la carne la proporción de algunos ácidos grasos saturados, y aumentando los insaturados como araquidónico y eicosapentanoico (conocidos como Omega 3), de gran valor para la salud humana.

Por Enrique Rabe. CCT Santa Fe.

CONICET


Al pan, pan, y al vino, ciencia



Científicos del CONICET estudian la reutilización del orujo, principal desecho de la producción del vino, para extraer de él una enzima de alto valor agregado y además disminuir la cantidad de residuos que se liberan al ambiente.

Desde los inicios de la vida en comunidad, el vino ha sido protagonista de grandes banquetes, poseedor de un dios, Dioniso para los griegos y Baco para los romanos, y portador de conocidos beneficios para la salud de las personas, como por ejemplo su poder antioxidante, por supuesto, siempre que se tome en su justa medida.

En nuestros días, esta bebida sigue acompañando a la vida cotidiana de las personas y se han estudiado diversos aspectos de su composición y elaboración; sin embargo, aún la ciencia tiene mucho para decir del vino.

Un grupo de investigación del Instituto de Procesos Biotecnológicos y Químicos (IPROBYQ, CONICET-UNR), dirigido por los investigadores independientes del CONICET Diana Romanini y Carlos Boschetti, trabaja en la reutilización de los desechos que origina la industria vitivinícola, en particular el orujo de uva.

“La idea es, siempre para nuestro grupo, recuperar moléculas de algún desecho, que tenga un valor, y diseñar métodos de extracción” señala Romanini.

“El orujo de uva es un desecho a partir del cual se puede producir enzimas de alto valor agregado y puede servir de materia prima para obtener una gran concentración de antioxidantes” explica la investigadora y destaca que este proyecto tiene además una parte ecológica: reutilizar el orujo y así evitar que se acumule y contamine el medio ambiente.

Para llevar a cabo este estudio, recientemente el trabajo fue seleccionado para recibir financiamiento a partir de la obtención de un Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica (PICT) que otorga la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.

Vino de local

Argentina es el octavo país productor de vino a nivel mundial, conocida es la presencia de esta actividad en la región de Cuyo, pero no es el único lugar del territorio nacional en donde se hace el vino.

Actualmente hay viñedos en las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, pero esto no siempre fue así.

“Con la crisis económica de 1930, el gobierno decidió priorizar la producción de la industria vitivinícola de Cuyo, y en simultáneo se ordenó la quema de las viñas entrerrianas, cuya actividad productora venía creciendo ampliamente.

Hace muy pocos años, la producción de vino en nuestra región se reactivó” explica Romanini.

“El vino tinto es una de las bebidas más ricas en polifenoles, compuestos biológicos que poseen muchos beneficios para la salud debido a que contiene propiedades antioxidantes, y el residuo que queda después de la fermentación del vino, denominado orujo de uva que consta de las semilla, tallos y pieles de la fruta, también contiene altos niveles de polifenoles y podría ser de gran utilidad para las industrias farmacéutica, cosmética o alimentaria” señala Romanini.



Orujo como materia prima

Ser el octavo país productor del vino en el mundo representa una destacada posición, sin embargo, algunas consecuencias de esta situación pueden no ser positivas, como la masa voluminosa de desecho de orujo que se genera.

Este problema, sin embargo, es un nicho que al grupo de investigación le interesó explorar.

“Un desecho industrial es considerado algo sin valor, hasta que alguien encuentra alguna manera de cambiar eso, por ejemplo, el orujo de uva, por las propiedades antioxidantes que tiene, puede ser una materia prima de alto valor agregado” indica Ignacio Cabezudo, becario doctoral del CONICET que integra el grupo.

El becario realiza métodos acuosos de extracción de moléculas de interés y para esto compara las técnicas tradicionales, que utilizan solventes y compuestos contaminantes, con herramientas alternativas que son amigables con el ambiente, y lo que observa en los distintos modos de extracción es que la composición final de esas moléculas presenta diferente calidad.

“Nuestra idea es sumarle valor agregado a esos desechos haciendo un uso que permita generar alimentos funcionales” destaca.

“Nos interesa rescatar el valor de los antioxidantes, que de forma similar a la vitamina E, se oxidan en sí mismos para evitar que se oxiden las células de nuestro cuerpo.

Tienen ese efecto benéfico de prevenir la oxidación en nosotros” explica Cabezudo, y añade:

“La búsqueda de antioxidantes es el valor de estas moléculas y es sabido que el vino posee ese efecto terapéutico antioxidante y en el orujo se concentra mucho más de aquel que termina en el vino.

A su vez, el orujo cuando se libera al medio ambiente genera un gran problema de contaminación, por eso, nuestro trabajo va en esos dos sentidos, valorizarlo y prevenir la contaminación”.

La enzima

“Ingresé al proyecto buscando por un lado hacer extracciones acuosas de polifenoles usando enzimas en combinación y por separado, viendo que efecto tienen, en el rendimiento total que se obtiene de polifenoles, en la actividad antioxidante y también en la composición” cuenta la doctora María Rocío Meini, becaria posdoctoral del CONICET que también forma parte del equipo.

A partir del orujo, la doctora se dedica la producción de la enzima tanasa, mediante el cultivo de hongos. “Esta enzima degrada compuestos polifenólicos que se llaman taninos, que son los que le dan la astringencia al vino, también dan turbidez a jugos, cerveza, té.

Esta enzima también ayuda a que el producto final que se obtenga posea moléculas más pequeñas y con mayor poder antioxidante.

Poder producir esta enzima a nivel local es una manera de bajar costos de producción, porque su precio es muy elevado a nivel mundial y actualmente la comercializan muy pocas empresas en el mundo” destaca.

Un comienzo de vínculo

El grupo de investigación realizó con la empresa BorderRío una transferencia de material, para reutilizar el orujo que ellos generan y desarrollar productos, como la harina de vino, que se puede aplicar, por ejemplo, a la cocina gourmet.

“Nuestro proyecto tiene como objetivos obtener extractos que puedan ir a una mezcla de pan, a cremas, a suplementos dietarios, extractos caracterizados que puedan destinarse a otro tipo de productos” cuenta Romanini.

Por Ana Paradiso – CCT CONICET Rosario

Grupo de investigación:

Directores: Doctores Diana Romanini y Carlos Boschetti
Dra. María Rocío Meini (becaria posdoctoral CONICET)
Lic. Ignacio Cabezudo (becario doctoral CONICET)
Alumnas de licenciatura en Biotecnología: Natasha Melnichuk, Laura Ricardi y Carla Di Ponte.

CONICET